sábado, 13 de febrero de 2010

APUNTES PARA MIS HIJOS . BENITO JUAREZ G.


BENITO JUAREZ.
APUNTES PARA MIS HIJOS.

Estas fueron las palabras de Benito Juárez a sus hijos.
El 21 de marzo de 1806 nació en el pueblo de San Pablo Guelatao de la jurisdicción de Santo Tomás Ixtlán en el Estado de Oaxaca. Tuvo la desgracia de no haber conocido a mis padres Marcelino Juárez y Brígida García, indios de la raza primitiva del país, porque apenas tenía tres años cuando murieron, habiendo quedado con sus hermanas María Josefa y Rosa al cuidado de los abuelos paternos Pedro Juárez y Justa López, indios también de la nación Zapoteca.
Como sus padres no le dejaron ningún patrimonio y su tío vivía de su trabajo personal, luego que tuvo uso de razón se dedicó hasta donde su tierna edad me lo permitía, a las labores del campo. En algunos ratos desocupados su tío le enseñaba a leer, le manifestaba lo útil y conveniente que era saber el idioma castellano y como entonces era sumamente difícil para la gente pobre, y muy especialmente para la clase indígena adoptar otra carrera científica que no fuese la eclesiástica, le indicaba sus deseos de que estudiase para ordenarsee. Sin embargo el deseo fue superior al sentimiento y el día 17 de diciembre de 1818 y a los doce años de edad se fugó de su casa y marchó a pie a la ciudad de Oaxaca a donde llegó en la noche del mismo día, alojándose en la casa de don Antonio Maza, Vivía entonces en la ciudad un hombre piadoso y muy honrado que ejercía el oficio de encuadernador y empastador de libros. Vestía el hábito de la Orden Tercera de San Francisco y, aunque muy dedicado a la devoción y a las prácticas religiosas, era bastante despreocupado y amigo de la educación de la juventud. Las obras de Feijoo y las epístolas de San Pablo eran los libros favoritos de su lectura. Este hombre se llamaba don Antonio Salanueva quien lo recibió en su casa ofreciendole mandarlo a la escuela para que aprendiese a leer y a escribir. De este modo quedó establecido en Oaxaca en 7 de enero de 1819.
Suplicandole a su padrino, así llamaba a don Antonio Salanueva porque lo llevó a confirmar a los pocos días de haberlo recibido en su casa, para que le permitiera ir a estudiar al Seminario ofreciéndole que haría todo esfuerzo para hacer compatible el cumplimiento de sus obligaciones en su servicio con mi dedicación al estudio a que se iba a consagrar.
Como aquel buen hombre era, según dijo antes, amigo de la educación de la juventud no sólo recibió con agrado su pensamiento sino que lo estimuló a llevarlo a efecto diciéndole que teniendo la ventaja de poseer el idioma zapoteco, su lengua natal, podía, conforme a las leyes eclesiásticas de América, ordenarse a título de él, sin necesidad de tener algún patrimonio que se exigía a otros para subsistir mientras obtenían algún beneficio. Allanado de ese modo su camino entró a estudiar gramática latina al Seminario en calidad de capense (vocablo con el que se designaba a los denominados alumnos externos, o sea aquellos que no residían en el Seminario) el día 18 de octubre de 1821, por supuesto, sin saber gramática castellana, ni las demás materias de la educación primaria. Desgraciadamente no sólo en él se notaba ese defecto, sino en los demás estudiantes generalmente por el atraso en que se hallaba la instrucción pública en aquellos tiempos.
Al abrirse el Instituto en el citado año de 1827 el doctor don José Juan Canseco, uno de los autores de la ley que creó el establecimiento, pronunció el discurso de apertura, demostrando las ventajas de la instrucción de la juventud y la facilidad con que ésta podría desde entonces abrazar la profesión literaria que quisiera elegir. Desde aquel día muchos estudiantes del Seminario se pasaron al Instituto. Sea por este ejemplo, sea por curiosidad, sea por la impresión que hizo en él el discurso del Dr. Canseco, sea por el fastidio que le causaba el estudio de la Teología por lo incomprensible de sus principios, o sea por su natural deseo de seguir otra carrera distinta de la eclesiástica, lo cierto es que él no cursaba a gusto la cátedra de Teología, a que había pasado después de haber concluido el curso de Filosofía. Luego que sufró el examen de Estatuto me despedí de mi maestro, que lo era el Canónigo don Luis Morales, y me pasé al Instituto a estudiar jurisprudencia en agosto de 1828.
En 1831 concluyó su curso de jurisprudencia y pasó a la práctica al bufete del Lic. don Tiburcio Cañas. En el mismo año fue nombrado Regidor del Ayuntamiento de la Capital, por elección popular, y presidió el acto de Física que su discípulo don Francisco Rincón dedicó al Cuerpo Académico del Colegio Seminario.
En principios de 1833 fué electo Diputado al Congreso del Estado. Con motivo de la Ley de Expulsión de Españoles
En enero de 1834 presentó el examen de Jurisprudencia práctica ante la Corte de Justicia del Estado y fué aprobado expidiéndoseme el título de abogado. A los pocos días la Legislatura lo nombró Magistrado interino de la misma Corte de Justicia cuyo encargo desempeñó poco tiempo.
Volvió a Oaxaca y se dedicó al ejercicio de su profesión. Se hallaba todavía el clero en pleno goce de sus fueros y prerrogativas y su alianza estrecha con el poder civil, le daba una influencia casi omnipotente. El fuero que lo sustraía de la jurisdicción de los tribunales comunes le servía de escudo contra la ley y de salvoconducto para entregarse impunemente a todos los excesos y a todas las injusticias. Los aranceles de los derechos parroquiales eran letra muerta. El pago de las obvenciones se regulaba según la voluntad codiciosa de los curas. Había sin embargo algunos eclesiásticos probos y honrados que se limitaban a cobrar lo justo y sin sacrificar a los fieles; pero eran muy raros estos hombres verdaderamente evangélicos, cuyo ejemplo lejos de retraer de sus abusos a los malos, era motivo para que los censurasen diciéndoles que mal enseñaban a los pueblos y echaban a perder los curatos. Entretanto, los ciudadanos gemían en la opresión y en la miseria, porque el fruto de su trabajo, su tiempo y su servicio personal todo estaba consagrado a satisfacer la insaciable codicia de sus llamados pastores.
El día 23 de noviembre logramos realizar con buen éxito un movimiento contra las autoridades intrusas. Se encargó del Gobierno el Presidente de la Corte de Justicia, Lic. don Marcos Pérez; se reunió la Legislatura que lo nombró Gobernador interino del Estado.
El día 29 del mismo mes me encargó del poder que ejerció interinamente hasta el día 12 de agosto de 1848 en que se renovaron los poderes del Estado. Fué reelecto para el segundo período constitucional, que concluyó en agosto de 1852 en que entregó el mando al Gobernador interino don Ignacio Mejía. En el año de 1850 murió su hija Guadalupe a la edad de dos años, y aunque la ley que prohibía el enterramiento de los cadáveres en los templos exceptuaba a la familia del Gobernador del Estado, no quiso hacer uso de esta gracia y él mismo llevó el cadáver de su hija al cementerio de San Miguel, que está situado a extramuros de la ciudad para dar ejemplo de obediencia a la ley que las preocupaciones nulificaban con perjuicio de la salubridad pública. Desde entonces con este ejemplo y con la energía que usó para evitar los entierros en las iglesias quedó establecida definitivamente la práctica de sepultarse los cadáveres fuera de la población en Oaxaca.
Los gobiernos civiles no deben tener religión porque siendo su deber proteger imparcialmente la libertad que los gobernados tienen de seguir y practicar la religión que gusten adoptar, no llenarían fielmente ese deber si fueran sectarios de alguna. Este suceso fue para él muy plausible para reformar la mala costumbre que había de que los gobernantes asistiesen hasta a las procesiones y aún a las profesiones de monjas, perdiendo el tiempo que debían emplear en trabajos útiles a la sociedad. Además, consideró que no debiendo ejercer ninguna función eclesiástica ni gobernar a nombre de la Iglesia, sino del pueblo que me había elegido, mi autoridad quedaba íntegra y perfecta, con sólo la protesta que hice ante los representantes del Estado de cumplir fielmente con su deber. De este modo evitó el escándalo que se proyectó y desde entonces cesó en Oaxaca la mala costumbre de que las autoridades civiles asistiesen a las funciones eclesiásticas. A propósito de malas costumbres había otras que sólo servían para satisfacer la vanidad y la ostentación de los gobernantes como la de tener guardias de fuerza armada en sus casas y la de llevar en las funciones públicas sombreros de una forma especial. Desde que tuvo el carácter de Gobernador abolió esta costumbre usando de sombrero y traje del común de los ciudadanos y viviendo en su casa sin guardia de soldados y sin aparato de ninguna especie porque tenia la persuasión de que la respetabilidad del gobernante le viene de la ley y de su recto proceder y no de trajes ni de aparatos militares propios sólo para los reyes de teatro. Don Benito Juárez dijo: "Tengo el gusto de que los gobernantes de Oaxaca han seguido mi ejemplo".

SALUD.